Las hojas Gillette y la bolita de cera


Eran talvez las once de la mañana de un dia sin pena ni gloria, de esas mañanas con el sol a media asta pero un frio que cala el alma, cuando mi padre me convoco a comparecer ante su presencia y me encomendo el delicado proyecto de ir a comprar unas hojas de afeitar marca Gillette porque tenia que salir y debia lucir aseado, con el cabello negro lustroso y embadurnado de brillantina marca "Glostora" y la cara rasurada y suave como poto de guagua.

Me alcanzo un “loro” que era la denominacion popular de un billete de diez pesos por tener el color verde, no sin antes recomendarme que tuviera cuidado y que reclame por el cambio.

Diez pesos en aquella epoca para unos malandrines de diez años era una fortunita apreciable, que bien podia servir para invitarse al cine con gancho unas siete veces (naturalmente a los palcos de gallo del extinto cine Omiste) o zamparse unos kilos de helados de chirimoya a lo de la Brigida o simplemente alquilarse destartaladas bicis a lo de los Campos.

Yo, como siempre, mataperro y bandolero me llevo a cuestas a mi primo Charles y creo a mi hermano Oscar a compartir de la aventura. Salimos de la casa como torbellino en celo y raudos como el viento, doblando a la derecha y corriendo y chillando hasta la 25 de Mayo, pasamos cerca de la zapateria del Chafallo y la papeleria de la esquina donde mi abuela compraba papel parafinado para hacer las guirnaldas, nos paramos para tomar un poco de aliento y desorientamos ante la bifurcacion de la plazoleta en cuestion.

Habian dos alternativas para continuar el trayecto pero ante la disyuntiva de si continuar rectito rumbo a la pila Pichincha o hacia abajo por la calle Chuquisaca nos inclinamos por la pendiente mas facil pasando por la heladeria el "Esquimo" y es asi como llegamos a la Plaza central.

Por aquellos tiempos, esta plaza tenia pinos altos y vertientes de congeladas aguas y pedacitos de cesped y mala hierba protegidos con alambre de puas ya sea para espantar a las ratas del lugar o mantener de lejitos a la muchedumbre de discolos niños que jugaban “guerritas” en sus predios.

Tambien era refugio de esos enamorados sin cama ni cuarto que se besuqueaban de reojo y a la intemperie en el crepusculo de la tarde, y por supuesto y como siempre era el teatro de operaciones de los politiqueros y vendedores de palabra y cada domingo se convertia en opera abierta para los conciertos disonantes de los retretes matinales de los ja’chus y milicos acantonados.

Sigamos delante compañeros……., pasamos por la casa de la Moneda, (esa casona interminable con techos de ondulantes tejas y con su porton gigante y su empedrado reluciente y su mascaron pifiatico) hasta llegar a la iglesia de San Lorenzo, nos paramos un rato, y vi rapidamente que Oscar y Charles se persignaban, sera talvez que con su contriccion de niños asustados ya anunciaban el desenlace de nuestra aventura....

adelante...sigamos....

Nuestro destino estaba a unos pasitos mas adelante, en el callejon o pasaje del mal llamado "pasaje de los heroes del chaco", porque seguro estoy que los combatientes de esas luchas no eran ni comerciantes ni vendedores de ilusiones, pero que se le puede hacer a la cojudez burocratica de los nombradores de calles y callejones; bajando las graditas estaban las empotradas casuchitas de aluminio con sus colgates , peines de plastico, dedales de sastre y artefactos "rasurantes".

El mercado negro en Potosi, es como una bazar Arabe donde se ofrecen articulos de toda laya, desde agujas para acupuntura, aceite de boa para los calosfrios, nariz de zorro para la amartelacion, abarcas ortopedicas hechas de llantas de camion Izuzu, chompas de lana de Alpaca, rancios desodorantes en barras, hasta lavadores de porcelana, etc, y por supuesto hojas de afeitar marca Gillette.

Pero el destino es impredecible y misterioso, justo antes de comprar las hojas afiladas, entre concertinas y contadores de fortunas con sus monitos malnutridos ataviados con overoles de agauyo y sombreros Mexicanitos a escala, estaba parado un Pajpack'u con su turba de malhechores y apostadores alquilados.

Este empresario del casino criollo, tenia tres tapitas de botella y una bolita de cera sobre una endeble mesita de paño azul, quien con pasmosos movimientos de manos y una voz de tarabilla invitaba al juego.

El famoso truco de la tapitas es como traingulo de las Bermudas donde la bolita se pierde al mero pestañeo de los ojos y aparece en el lado opuesto.

Nos quedamos viendo a este aprendiz de brujo, contemplando mentalmente la posibilidad de doblar el capital para saborear ya sea el cine, los helados o las bicicletas.

Oliendo carne fresca y dinero facil, el malabarista -seguramente un Peruano del Callao o un cholo Paceño avispado- nos dice "chiquitos o juegan o recorranse mas allacito",...y yo me acerco y le digo te apuesto cinco pesos, y las tapitas se mueven de aqui para alla y estas ahi o mas alla y levanta el platillito....con mis manos temblorosas destapo la tapita del centro y logicamente la bolita estaba en la del vecino.

Admito, la culpa fue enteramente mia porque yo fui el incitador, pero la culpa total la tiene Charles porque el fue quien dijo "hay que rescatar el dinero". Si bien los diez pesos estaban destinados a comprar unas Gillete bien podiamos con los restantes cinco comprar unas Astras y embaucar al viejo pero NO, el ansiaba revancha y se asoma al atracador de niños y le dice te apuesto los remanentes cinco pesos y el Cholo desalmado con su siniestra risa de enero a diciembre dice "claro pues, como no, chiquito..., fijate bien donde esta la bolita...." como era de esperar la bolita otra ves desaparecio y loro se esfumo.

Es ahi y en aquella epoca que mis dias de jugador empezaron y tragicamente terminaron porque hoy que aunque tengo Atlantic City y las Vegas no voy ni apuesto.

De como llegamos a casa y el resultado de tal aventura es motivo de otro articulo.

Y colorin colorado este cuento se ha acabado.....



 
  
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