miércoles, 12. marzo 2003

PROTEGER A LOS NIÑOS DE LA GUERRA



Ningún niño empezó jamás una guerra. Y sin embargo, cada vez que estalla una guerra son los niños, como miembros más vulnerables de la sociedad, los que más la sufren. Se les obliga a vivir en el miedo, a renunciar a su educación. Algunos pierden la vida. Algunos pierden a familiares queridos. Todos pierden la inocencia.

                  La comunidad internacional reconoció hace tiempo que no hay lugar en las guerras para la infancia, pero la infancia sigue siendo víctima de las guerras. A muchos niños

se les obliga incluso a luchar en esas guerras. En estos momentos, más de 300.000 niños menores de edad, algunos de tan sólo siete años, están involucrados hostilidades en más de 30 países. Tanto niños como niñas son raptados de las escuelas, los campos de refugiados o sus casas y entrenados para matar. A las niñas se les somete a violaciones y abusos sexuales, a menudo de forma sistemática. Hay diversas razones para ello. Cuando los conflictos se alargan, el reclutamiento de adultos se hace más difícil, y los líderes militares vuelven su atención hacia los niños. Además, los niños son impresionables y se les intimida con facilidad; es fácil manipularlos para convertirlos en despiadados e incondicionales instrumentos de guerra.

                  ¿Qué podemos hacer para evitarlo? Sobre todo, debemos pararnos a pensar, antes de iniciar una guerra, en el alto precio que pagará la infancia. También debemos asegurarnos que quienes abusan de los niños, quienes abusan de ellos de las múltiples maneras de que somos testigos en las guerras actuales, quienes los usan para

luchar, quienes roban su infancia, sean castigados. Cuando pensamos en los crímenes de guerra, debemos pensar en primer lugar en los crímenes contra la infancia.

Cuando pedimos que se juzgue a los criminales de guerra, debemos comenzar por aquellos cuyas víctimas fueron niños y niñas. Y cuando termina la guerra, cuando llega el tiempo de cerrar las heridas, no debemos olvidar a los niños. Muchos de ellos habrán interiorizado los horrores del campo de batalla. A algunos se les habrá obligado a matar a miembros de sus propias comunidades, o incluso de sus propias familias. Los que no hayan luchado, habrán presenciado los horrores de la guerra de forma cotidiana y tendrán heridas profundas. La rehabilitación y la reintegración de la infancia deben ser un punto central en cualquier proceso de reconstrucción de la paz.


 
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